viernes, 14 de marzo de 2008

Willy Uribe nos habla de Sé que mi padre decía



Por David Yagüe. Periodista.


Sé que mi padre decía es una novela negra de principio a fin, con un historia universal y un ambiente pegado a la tierra, al asfalto sobre el que vivimos. Es la segunda novela, tras Nanga del escritor, periodista y fotografo Willy Uribe y sobre ella ha hablado con nosotros.
Parece que las editoriales están volviendo a apostar fuerte por el género negro y el policiaco, pero aún así se ven menos autores nacionales ¿Cómo valora esta tendencia?
No puedo valorarla porque desconozco la trayectoria de la novela negra en España. Soy un profano en el mundo editorial y desconocía que yo fuera un escritor de novela negra. Si es necesario acogerse a alguna etiqueta prefiero la de escritor de novela oscura. Pero esa categoría no existe y yo no hago las listas.


¿Ser un escritor de novela negra en España es como ser un ex legionario en Bilbao? ¿Se siente jugando fuera de casa con un género que tiene más solera fuera de nuestras fronteras que dentro?


Incluso ser escritor en España es como ser ex legionario en Bilbao. Me refiero a escritores a los que nadie conoce. Hay mucha gente que escribe con las botas puestas y que continuará haciéndolo aunque las esperanzas de editar con cierta seriedad sean nulas, como era mi caso hasta hace año y medio. Es algo más importante que adaptarse a un género o a otro, más importante que ser publicado. Las editoriales harían bien en leer los manuscritos que les llegan por correo, esos que deja el cartero. Creo que se están escapando unos cuantos autores.
Respecto a la segunda pregunta, pienso que el partido al que se refiere empieza cuando la novela es publicada y que es un juego que no domino, ni en casa ni fuera. Antes de que eso ocurra, mientras escribo, no existe otra cosa que la historia que estoy creando.


¿Es un buen país para escribir novela negra?
Es un buen país para escribir sobre sus gentes porque aquí ahí dinamita narrativa. La gente aún vive en la calle, en los bares y en las plazas. Sales ahí fuera y encuentras miles de historias a tu alrededor. Además la gente aquí tiene mala leche y se mezclan por igual la envidia, el rencor, la alegría y la generosidad. Eso sí que es una buena materia prima para escribir.


¿Y por qué ambientar su novela en Bilbao? ¿Es el País Vasco actual un lugar más propicio que ninguno para ambientar una historia como esta?
En 1964 ETA decidió emprender el camino de la violencia. Yo nací en 1965. Gran parte de mi vida, de mi rutina diaria como individuo, ha estado marcada por la existencia de ETA, por su coacción hacia la sociedad en la que vivo. Eso no significa que yo escriba sobre ETA. Yo escribo sobre una sociedad que ha convivido con el terrorismo durante décadas. Eso marca y es oscuro. Podría escribir con tinta invisible, pero tal y como siento la escritura eso es trabajo en balde. Respecto a por qué ambientar la novela en Bilbao, la respuesta es sencilla: Quería un escenario urbano y en Euskadi. No pensé en otro lugar que no fuera Bilbao.


¿Cómo se imagina una adaptación cinematográfica de su novela? ¿Cómo le gustaría que fuera?
Si eso ocurriera, cosa que me gustaría, lo único que pediría a quienes fueran a realizarla es que intentaran hacer un buen trabajo. Yo ya tendría echo el mío. He escrito el libro. Pero me prestaría a acompañar al guionista por Bilbao, patear las orillas de la ría y explicarnos mutuamente para acabar tomando unas birras en el Hank. Seguro que aprendía unas cuantas cosas, porque jamás he escrito un guión.


¿Cuáles son sus autores de novela negra preferidos? ¿Y sus novelas? ¿Hay autores y novelas nacionales?
He leído por primera vez a Chandler y a Hammet a raíz de descubrir que yo era un autor de novela negra. También a Jim Thompson, del que me gustó mucho 1.280 almas. Tiene un sentido del humor sorprendente y una trama sólida y muy bien llevada. Pero mi preferido en cuanto a oscuridad, alguien a quien conozco desde hace años, es Hermann Ungar, un autor centroeuropeo con una obra escasa y contundente.


De todos modos, mis lecturas habituales no son novela negra, aunque en ocasiones andan cerca. Faulkner y Hemingway son dos referentes. Santuario y Mientras agonizo son libros que releo intentando aprender de ellos, o simplemente dejándome llevar. Y respecto a Hemingway, me gusta ser consciente de que nunca podré escribir algo tan bueno como El viejo y el mar. Después, entre otros, están Nabokov con Lolita, Graham Greene con El americano impasible, Melville con Benito Cereno y Lowry con Bajo el volcán. También Somerset Maugham con sus cuentos, porque en novela no lo siento tan efectivo. Como ve, la gran mayoría son autores anglosajones. En castellano tengo a Cortazar, con quien me ocurre lo mismo que con Maugham. Y en cuanto a autores españoles, Carmen Laforet me impresionó con Nada, Cela con La Familia de Pascual Duarte y Ramiro Pinilla con Las ciegas hormigas. Ahora, aconsejado por un buen amigo estoy a punto de comenzar con Juan Marsé y su Ronda del Guinardó.


Como puede comprobar, padezco la misma enfermedad que otros escritores de mi edad, la de no leernos entre nosotros. Mi excusa, aunque tal vez sea una enfermedad más, es que no leo todo lo que se supone que debe leer un escritor.

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