Por Garina, editoria y traductora
¿Cuántos premios literarios hay en nuestro país? ¿Y cuántos de ellos se rumorea (a gritos) que están dados de antemano, otorgados, amañados, trucados, falsificados, o, cuando no, que son premios políticos?
Qué lejos queda aquella fotografía, ¿verdad? Una jovencísima Carmen Laforet mira entre incrédula y abrumada a un enjambre de intelectuales (y no tanto) que le felicitan. Tiene 22 años y su novela Nada le acaba de hacer merecedora de la primera edición del Premio Nadal. Estamos en 1944. Mirando la foto de la entrega del mismo premio (éste, por lo menos, tiene historia, tradición y todavía un cierto peso literario) de este año (por cierto, la ganadora, Lo que sé de los vampiros de Francisco Casavella acaba de inundar las librerías), me pregunto qué queda de esa mirada sorprendida de la que fue su primera ganadora.
Pero dejándonos de nostalgias, lo cierto es que en nuestro país y en nuestra lengua, no faltan premios. Siguiendo con el Nadal, en esa línea tenemos casi tantos premios como editoriales existen. Ellas, al fin y al cabo, son las que los conceden. Es algo así como si los estudios de arquitectura concediesen un premio entre sus arquitectos, más o menos. O las galerías de arte a los pintores que habitualmente exponen en ellas. Con el curioso morbo de que estudios y galerías podrían intentar robar arquitectos y artistas de la competencia ofreciéndoles de antemano el premio. Los premios pueden ser gordos y jugosos como el Planeta, el Primavera, el Fernando Lara, el Alfaguara, sólo gordos pero no tan jugosos crematísticamente hablando, como el Herralde o el mencionado Nadal, y de mil variedades más (me estoy centrando en novela que es donde el tema ha dado más que hablar). En todos ellos, el premio en sí supone un empujón en la carrera comercial de la novela, presentación a medios, fiesta o cóctel, gran tirada…
Pero es que lo curioso es que por otro lado y como si viajásemos a otra galaxia, tenemos los “otros” premios, los oficiales, académicos o de postín intelectual, para entendernos. Son concedidos por jurados cum laude que tocan con su varita mágica la obra de este u otro autor de, generalmente, larga trayectoria, introduciéndole inmediatamente en la Historia con mayúsculas de la literatura española de nuestro siglo XX, ahora ya XXI, consiguiendo que se convierta automáticamente en lectura obligada para escolares y en objeto de estudio de académicos, pero que, desgraciadamente, no llegará a un gran público, si entendemos por gran público a la masa lectora que convierte a un escritor en bestseller.
Y ¿por qué no un premio de prestigio, con un jurado tan cercano a la Gran Literatura como a la Literatura de Hoy, que conceda un galardón importante en dinero y en difusión para una novela ya publicada, por ejemplo, el año anterior? Que es exactamente lo que ocurre en nuestra vecina Francia con el premio Goncourt o en el siempre modélico mundo literario anglosajón con el Booker.
Sí, tenemos el premio Llibreter (una estupenda iniciativa) y el premio Salambó pero no me digan que no sería bonito imaginar un premio que de verdad la gente de a pie comprase y no tuviese que, forzosamente, ser menospreciado por los sabioncillos del clan.
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